Manteniendo la unidad en la iglesia
Nadie puede discutir que vivimos en tiempos difíciles. Se mire por donde se mire todo son problemas. La política, más que solucionar, incrementa los problemas. La salud empieza a ser un bien escaso. La delincuencia no mengua. La enseñanza cada vez es más mediocre y la inmoralidad está alcanzando máximos históricos. Vivimos en tiempos difíciles, muy difíciles.
La Real Academia Española define la palabra “difícil” como algo “que presenta obstáculos”. El hijo de Dios, aquel que ha nacido de nuevo, tiene el privilegio de ver el origen de dichos obstáculos, que no es más que uno y el mismo, el pecado. ¡Que nadie se equivoque! Ya sea directa o indirectamente, el pecado es el origen de los problemas a los que nos enfrentamos a diario.
Proverbios 22:3 dice: “El avisado ve el mal y se esconde…” En su sabiduría, Salomón escribe que nuestra actitud hacia los obstáculos y dificultades debe ser esconderse, buscar refugio y protección. Y el salmista añade: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente.” (Salmo 91:1)
¿Vivimos en tiempos difíciles? ¡Por supuesto! Escondámonos entonces al abrigo del Altísimo, donde el pecado no tiene poder para dañar.
La iglesia de Cristo, aun y estando formada por hombres y mujeres débiles por culpa del pecado, debe buscar el cobijo que Cristo ofrece y habitar en él. Este mismo cobijo implica unidad. Imagínate una gallina cubriendo a sus pollitos bajo sus alas ¿cómo están? Todos bien apretados bajo su protección. Piensa en cómo caminan tres personas bajo un paraguas en medio de una tormenta. ¿Cómo están? Unidos bajo el paraguas. Creo que puedes ver lo que quiero decir.
La iglesia local debe ser un lugar donde el miembro encuentre el cobijo que necesita, y no porque tenga en sí misma la virtud para ofrecerlo, pero cuando Cristo es el centro de esa iglesia, esa iglesia tiene el privilegio de ser usada por Dios para la protección de aquellos que se cobijan bajo el abrigo del Altísimo.
Por lo tanto es fundamental proteger la unidad de la iglesia ante el pecado y las embestidas del diablo. Ahora bien ¿qué es lo que sucede cuando hay cinco niños en un sofá de dos plazas? ¡Están demasiado unidos! Y los codazos y patadas empiezan a hacer acto de presencia. Pronto empiezan los gritos y las discordias. Están más interesados en su comodidad que en la unidad. ¿Y no ocurre lo mismo en la iglesia? ¿Cuántas veces buscamos más nuestra comodidad que lo que el cuerpo de Cristo realmente necesita? Los codazos, las patadas, las palabras punzantes empiezan a aparecer… Y todas ellas tienen un mismo origen, el pecado. El mismo pecado del que deberíamos huir si tomásemos el aviso seriamente (recuerda Proverbios 22:3) es el que muchas veces introducimos en la iglesia al dar prioridad a nuestra persona sobre los demás.
Es fundamental que protejamos de manera activa la unidad de la iglesia. No es fácil, pero es necesario. Tampoco es imposible, sólo debemos dejar que la Persona de Cristo sea el centro de nuestro ser.
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