Ninguna mentira procede de la verdad
“Ninguna mentira procede de la verdad” 1 Juan 2:21
Hay un refrán que dice “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. A pesar de ser una frase popular para recalcar que la condición de cada uno no se puede encubrir con mejoras meramente externas, me tomo la libertad para decir que también puede ser una frase que resalte la idea de que la mentira seguirá siendo mentira por mucha verdad que se le quiera añadir.
Entre otras cosas, el apóstol Juan escribe esta epístola con la intención de rebatir un grupo de falsos maestros que, desde un punto de vista gnóstico intentaban desviar a los verdaderos cristianos de la verdad aprendida.
Brevemente, un gnóstico creía tener acceso a un conocimiento superior de la verdad el cual les hacía superiores al resto. El gnosticismo está fundamentado en la suposición de que el espíritu es bueno y la materia es inherentemente malvada. Éstos, mantenían que la excelencia espiritual no consistía en una vida santa, sino en un conocimiento superior que les capacitaba para alzarse por encima de las cadenas terrenales de la materia en su comprensión de las verdades celestiales a modo de revelaciones esotéricas. Los gnósticos clamaban que ese conocimiento les había llegado mediante Cristo como el mensajero de parte de Dios. Así que el ”Cristo gnóstico” no era un salvador, sino alguien que vino con el propósito de revelar su conocimiento (gnosis) secreto.[1]
Tal conocimiento especial sólo podía producir arrogancia y orgullo, hasta tal punto que algunos de ellos, creyéndose estar muy por encima del bien y del mal vivían vidas desenfrenadas que escandalizaban incluso a los romanos.
Es por ello, que en repetidas ocasiones Juan etiqueta de mentirosos y falsos maestros a aquellos cuyo modo de vida no correspondía a la santidad (1 Juan 1:6, 2:4, 9, 11…)
El problema es que estos falsos maestros no se mantenían alejados de la iglesia sino que ejercían su poder de influencia aun desde fuera de ella (1 Juan 2:19) Por un tiempo tuvieron comunión con la congregación, pero finalmente su verdadera condición salió a la luz e intentaban arrastrar a cuantos más podían con sus mentiras y nuevas revelaciones disfrazadas de verdad. Ante estas nuevas revelaciones, Juan exhorta a recordar todo aquello que conocen (1 Jn. 2:3, 13, 14, 18, 20…)
Ahora bien, ¿en qué nos atañe todo esto?
Quiero recalcar la importancia de la Palabra de Dios como la regla de vida del verdadero cristiano. ¿Por qué? Porque ella es la revelación completa de Dios al hombre. Todo lo que Dios quiere que sepamos en cuanto a nuestra relación con Él lo encontraremos allí, ni más ni menos. Hay muchos charlatanes y falsos maestros que con sus “palabras espirituales” y vocabulario teológico parecen comunicar verdad, pero al igual que los judíos de Berea (Hechos 17:11) debemos corroborar ese mensaje con la Palabra y nunca desviarnos de lo que ella enseña (1 Tes. 5:21)
Además, hay veces que queremos disfrazar actos de mentira como algo espiritual, excusándolos de algún modo. La propia cultura do hoy en día nos vende sus ideas como algo bueno, normal y aceptable pero que una vez examinadas con la Palabra de Dios, encontramos totalmente lo opuesto.
Juan lo dice muy claro: “Ninguna mentira procede de la verdad” Bajo la luz de esta declaración, no podemos defender una mentira (lo opuesto a la verdad) porque no hay verdad que la respalde. Lo que es mentira, procede de la mentira, así como lo que es verdad procede de la verdad; son términos que no pueden intercambiar significados.
No nos engañemos ni nos dejemos engañar. Cristo dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida…” (Juan 14:6) Todo aquello que procede de Cristo es verdad. Y por si esto no fuera suficiente también dijo que el diablo es el “padre de mentira.” (Juan 8:44) Todo aquello que no concuerda con la verdad revelada, es mentira.
Ahora pregúntate: ¿A quién sigues tú, a la verdad o a la mentira?
[1] The epistles of John. D.Edmond Hiebert. Pag. 21
Leave a Reply