Salvación a nuestro Dios
“Y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.” (Apocalipsis 7:10)
Siendo un libro de interpretación no sencillo, el libro de Apocalipsis ensalza como pocos la grandeza y dignidad de Dios y del Señor Jesucristo. Vez tras vez el apóstol Juan describe la adoración, enfatizando la dignidad y exclusividad de la persona de Dios y del Señor Jesucristo como único recipiente de ella.
La revelación que Juan recibió en la isla de Patmos nos ayuda a visualizar, si fuera posible, y de qué modo, algo que de otra manera sería imposible alcanzar a ver. Sí, es sin lugar a dudas de difícil comprensión y desde luego hay diferentes opiniones, pero de lo que no se puede dudar es de la posición de excelencia, grandeza y honor exclusivos de Dios y del Señor Jesucristo que en este libro se describen.
Como dice un comentarista, a diferencia de los libros extracanónicos apocalípticos (donde el clímax de la historia es todavía futuro, cuando el Mesías vendrá como el gran Rey-Guerrero para aplastar todos sus enemigos), el libro de Apocalipsis entiende el clímax de la historia “como un evento que ya tuvo lugar en el Calvario, cuando el Cordero inmolado venció a todos los enemigos de Dios y del hombre por su sacrificio expiatorio y su gloriosa resurrección de entre los muertos.” Así, Juan no escribe sólo desde un punto de vista externo sino como uno que ha visto y vivido en persona ese evento excepcional y sin igual, sabiendo que ese Codero es el Señor Jesucristo (ver Juan 1:29; Apoc. 5:6, 12)
En los últimos ocho versículos del capítulo siete de Apocalipsis vemos como a Juan se le permite ver más allá de esta era, a aquella hora del triunfo final. Sin ningún lugar a dudas esta es una de las representaciones más preciosas que podemos encontrar en las Escrituras de aquel estado celestial. Las palabras de los versículos 15 al 17 están llenas de tal excitación espiritual que a lo largo de los años han avivado ese anhelo por la redención final.
“Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos.” (Ap. 7:15-17)
Si bien esta es una visión de un evento futuro, la alabanza de esta gran multitud –la cual nadie puede contar (comp. Gén. 15:5 y 32:12), debe ser también una realidad en el corazón del creyente. Fíjate en la palabra central de ese clamor a gran voz: ¡Salvación! Fíjate de quién estaba compuesto esta multitud y fíjate también en la manera en la que estaban vestidos y qué tenían en las manos (ver. 9)
Ante tal visión, no puedo más que recordar la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, y a la multitud clamando ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! Esta frase, usada especialmente durante la Fiesta de los Tabernáculos, cuando los judíos desfilaban con ramas en sus manos, la encontramos en el salmo 118:26. Pero lo que llama más la atención es que este “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” es la respuesta al versículo 25 “Oh Jehová, sálvanos ahora, te ruego.”
Hay una gran diferencia entre el Salmo, la entrada triunfal en Jerusalén y la visión de Juan descrita en Apocalipsis. En las dos primeras la salvación aparece como algo que no ha ocurrido todavía: ¡Sálvanos! pero la última, aparece como un hecho consumado, el Cordero ha vencido, la justicia de Dios ha sido satisfecha, la salvación pertenece a nuestro Dios y al Cordero.
Cristiano, recuerda de lo que has sido salvo y del porqué has sido salvo. Recuerda Quién te ha salvado y el precio que tuvo que pagar. Trae a tu memoria la exclusividad de esa salvación y la misericordia y gracia divina al ofrecértela. No esperes a alabar a Dios cuando estés en Su presencia, hazlo ahora, no sólo de palabra sino de corazón.
“Y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.” (Apoc. 7:10)
Pastor Josep Segurado
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