Una nueva esperanza
“Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho”. (1 Corintios 15:20)
Tal día como hoy, hace ya casi 2000 años, antes de despuntar el alba, uno de los eventos más extraordinarios jamás vividos por la humanidad tuvo lugar: Jesús venció la muerte y resucitó con gran poder y gloria de entre los muertos.
Después de horas agónicas sufriendo una muerte injusta, Jesús encomendó su espíritu al Padre, consumiendo así la obra a la que fue enviado. El hijo del carpintero, un maestro como ninguno, entendido en las Escrituras, sanador, hacedor de milagros, cuyo aliento emanaba vida y amor fue traicionado por uno de los suyos, apresado, juzgado, condenado injustamente y finalmente torturado sin misericordia antes de ser muerto en la cruz. Esas fueron horas de dolor y oscuridad, de sufrimiento agónico, de muerte y separación, fueron horas donde el poder de las tinieblas alcanzó su máxima profundidad y la esperanza del pueblo de Dios se difuminaba ante el poder demoledor de las tinieblas. Al poco tiempo, Su cuerpo inerte, acompañado por unos tristes y desmoralizados discípulos era puesto en un sepulcro cercano para acabar irremediablemente en el olvido. El Mesías había muerto y Sus palabras morirían con Él. No había esperanza.
Horas negras pasaron, tristes, dolorosas, de una vaciedad como nunca antes habían experimentado. “¿Y ahora qué?” muchos se preguntaban.
Los eventos ocurrieron muy rápido, inesperadamente. Hacía apenas unas horas Jesús había celebrado la Pascua con ellos, habían partido pan y compartido el zumo de la vid, y ahora estaban esperando para poder ungir el cuerpo sin vida de Su Maestro. El día de reposo tenía que ser respetado y no quedaba más que esperar.
Pero así como la noche llegó, también lo hizo la mañana. Años más tarde, recordando ese momento memorable, el apóstol Juan escribiría: “La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” (Juan 1:5)
El día después al día de reposo, muy de mañana, algunas de las mujeres que solían acompañar a Jesús se dirigieron a la tumba donde yacía su cuerpo. Poco sabían ellas que el mayor milagro de la historia acababa de ocurrir: ¡Jesús había resucitado!
Al llegar, vieron la piedra fuera de lugar, la tumba vacía y dos varones con vestiduras resplandecientes. “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” Fue la pregunta que se les hizo. “¡No está aquí, sino que ha resucitado!”
El dolor de los discípulos fue intenso pero breve, agudo pero pronto aliviado, y tan pronto esas palabras fueron pronunciadas, la esperanza en ellos revivió y un gozo indescriptible inundó sus corazones. Desde ese momento, la resurrección de Jesús ha sido la razón de esperanza para todo creyente, pues si Cristo resucitó, nosotros también resucitaremos con Él. (1 Tes. 4:14; 1 Cor. 15:20)
Jesús pagó el precio de nuestra rebelión en la cruz del Calvario, redimiéndonos del poder del pecado y haciendo la paz entre Dios y todo aquel que, arrepentido, cree en Él. En Su Resurrección selló Su victoria eterna sobre Satanás y el pecado. Tanto Su muerte como Su resurrección son igual de importantes, pues sin una, la otra no alcanzaría cumplir su propósito. Jesús debía morir para poder expiar los pecados y ser propiciación a aquellos que se acercan a Él, y a su vez debía resucitar para que Sus palabras y obra fuesen cumplidas.
Pero la vida, muerte y resurrección de Jesús van mucho más allá. En Su vida, Jesús nos dio un ejemplo a imitar y con Su muerte y resurrección abrió una esperanza eterna.
En un sentido, Jesús entró por la puerta estrecha y siguió el camino angosto siendo guía y ejemplo a todos aquellos que le iban a seguir. Jesús no puso Su mirada en las dificultades sino en la meta. El autor de Hebreos hace referencia a su actitud al atravesar el camino angosto diciendo que [Jesús]“menospreció el oprobio” (Hebreos 12:2) e Isaías profetizó acerca de Su meta al escribir: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho…” (Isaías 53:11)
¿Satisfecho? Edward Young escribe en su comentario al libro de Isaías: “Igual que en la creación Dios exhibió satisfacción en Su obra, el Siervo queda abundantemente satisfecho al ver el resultado de su muerte ignominiosa. El sufrimiento expiatorio ha sido un éxito. Su pueblo ha sido redimido y justificado.”
¿Y con qué fin? Pablo lo dice claramente en la segunda epístola a los Corintios: “…para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”. (2 Corintios 5:15).
En la Resurrección de Cristo el creyente tiene una nueva esperanza pero también un nuevo propósito. Hermanos, no erremos. El que ha sido redimido y justificado tiene el privilegio de vivir en esperanza sabiendo que también resucitará, pero a su vez tiene la responsabilidad de dejar de ocuparse en sí mismo para ocuparse de la voluntad de Dios hasta que ese día llegue. ¡Que el Señor nos ayude a vivir en el poder de Su resurrección!
Pastor Josep Segurado